Era un tipo espléndido, bello, talentoso, elegante, excéntrico,
ocurrente… Vivió hasta los 98 y trabajó hasta el último minuto como lo que era:
un señor mayor, rico y divo que hacía lo que le daba la gana.
Fue el inventor del prêt-à-porter y la
moda unisex,y el primer diseñador de Occidente que hizo negocios con Oriente.
Llegó a ser uno de los hombres más ricos de Francia, creó un imperio de la moda
y fue dueño de fabulosos castillos y lujosas cadenas de restaurantes. Vistió a
los Beatles y a Salvador Dalí, se codeó con lo más excelso del jet set
internacional y organizó desfiles en la Gran Muralla China, la Plaza Roja de
Moscú y el desierto de Gobi.
Pierre Cardin nació el 2 de julio de 1922, hace exactamente 100
años. “He vivido la dolce vita, pero la de verdad”, bromeaba. Y tenía razón.
Nació 100 años atrás en Venecia, en una finca rodeada de viñedos
trabajada palmo a palmo por su propio padre, Alexandre, quien además dirigía un
emprendimiento de hielo para conservar alimentos. Su madre, María, se dedicaba
a criar a sus nueve hijos. Pero la bonanza familiar se hizo polvo cuando
comenzó la Segunda Guerra Mundial, el negocio se fundió y sus padres decidieron
emigrar a Francia.
Se instalaron en Saint-Étienne, donde el pequeño Pietro Cardino
se convirtió en Pierre Cardin y con 14 años se inició en el oficio de sastre. A
los 17 se subió a una bicicleta para recorrer los 500 kilómetros que lo
separaban de su sueño: ser modisto en París. Un control militar lo obligó a
pegar la vuelta (era el año 1940 y Francia estaba ocupada por los nazis) y se
instaló entonces en Vichy, donde pasó la guerra sirviendo para la Cruz Roja.
Finalmente llegó a París en el invierno de 1945 con un contacto
para trabajar, primero, en Chez Paquin y luego
con Elsa Schiaparelli, ambas íconos de la moda parisina en ese tiempo. Ya en estos
primeros empleos comenzó a demostrar un talento extraordinario, que le valió la
posibilidad de recibir tentadoras ofertas, una de ellas de la mano del
dramaturgo Jean Cocteau, quien le encargó el vestuario de su película La
bella y la bestia.
En 1947 pasó a trabajar en el atelier de Christian Dior, su gran
aprendizaje en el mundo de la alta costura. Pocos años después decidió abrir su
propio atelier. Como despedida, Dior no solo le mandó un ramo de rosas rojas
sino que lo propuso como diseñador oficial de los disfraces de “El baile del
siglo”, una gran fiesta que el magnate mexicano Carlos de Beistegui celebraría
en su palazzo de Venecia. Corría 1951 y la idea de Beistegui era recuperar el
esplendor europeo que se había perdido en la guerra.
En los pocos años que había pasado trabajando en París, Pierre
Cardin se había convertido en el modisto favorito del mundo del cine y el arte
(ya era íntimo de Luis Buñuel y Salvador Dalí) y esta fiesta le permitió
codearse con todo el jet set internacional, desde Aga Khan hasta Orson Welles.
El diseñador contaba siempre una anécdota muy simpática de ese baile. Después
de trabajar casi un año confeccionando gran parte de los disfraces, cuando
llegó a Venecia lo recibió Dalí con uno de sus pedidos más delirantes: un puñado
de hormigas. Pierre las buscó, las consiguió y Dalí las puso en sus anteojos de
doble cristal para que se movieran ante sus ojos toda la noche.
Ya instalado en su propio atelier, Pierre Cardin se convirtió en
uno de los grandes artífices de la revolución de la escena parisina en los años
60. Su estilo futurista y sus ideas de ruptura se vieron reflejadas en algunas
de sus señales de identidad, que vistieron a más de una generación y dejaron
huella hacia el futuro: patrones rectos, estampados geométricos, prendas
unisex, materiales como fibra y vinilo…
Ahora sí, Pierre decide conquistar la calle. En paralelo con la
alta costura, comienza a abrir tiendas con una filosofía innovadora para la
época: el prêt-à-porter.
Nunca le había terminado de gustar esa ley tácita de la industria de entonces,
que determinaba que la verdadera moda debía ser exclusiva y elitista. Pierre
Cardin, en cambio, buscaba desarrollar un modelo que combinara glamour y
masividad, una especie de democratización de la moda: “Mi objetivo era que mi
nombre y mis creaciones estuvieran en la calle. Las celebrities y las princesas
me daban un poco igual. Cenaba con ellas, por supuesto, pero no las imaginaba
con mis diseños”, declaraba hace unos años.
Así fue que en 1959 hizo una alianza con los almacenes Printemps para
lanzar una colección producida en masa, accesible, funcional y adaptada a los
nuevos tiempos. La propuesta era audaz y efectivamente fue un escándalo: Pierre
Cardin fue expulsado de la Cámara Sindical de la Alta Costura y criticado
ferozmente por sus colegas. Muy poco después, sin embargo, todos ellos tuvieron
que tragarse sus palabras, ya que el prêt-à-porter se
impuso soberanamente en la moda internacional y cambió la historia para
siempre.
Con la misma idea en mente de desencorsetar la moda, Pierre creó
una revolucionaria línea masculina que incorporaría por primera vez a los
hombres en la alta costura, despojándolos de los rígidos códigos de la
sastrería tradicional. En 1963 diseñaría los trajes con cuello Mao de los
Beatles, que dieron la vuelta al mundo y pronto usarían también las mujeres.
Avanzada la década, fue acercándose cada vez más al unisex con colecciones
adaptables para ambos géneros.
Eran años de competencia feroz entre los diseñadores, y Pierre
participó de varias controversias. Una de ellas fue la de la propia invención
del prêt-à-porter, que algunos atribuyen a Yves Saint Laurent y fue motivo de
debate. Otra es la minifalda, cuya autoría se disputaron Pierre, Andrè
Courreges y Mary Quant y que todavía no está del todo clara. Lo concreto es
que, en 1964, Pierre Cardin presentó su icónica colección Cosmocorps,
que ya incluía minifaldas, además de trajes y vestidos en clave futurista
inspirados en la carrera espacial.
El paso siguiente fue la difusión de productos bajo licencia,
otra polémica jugada empresarial del diseñador que lo llevó a otorgar licencias
de la marca en infinidad de productos. A partir de entonces, el logo Pierre
Cardin aparecerá estampado en muebles, sábanas, zapatos,
perfumes, corbatas, chocolates, bolígrafos, accesorios varios y hasta latas de
conserva: “Una corbata es diseño, una caja de bombones es diseño, una lata de
sardinas es diseño. ¿Dónde está la diferencia? ¿Por qué una corbata da
prestigio y una caja no?, preguntaba desafiante Pierre frente a la –¡otra vez!–
condena unánime de sus colegas, que lo consideraban casi un delincuente por
haberse atrevido a poner su nombre en productos chabacanos (”el logo está hasta
en el papel higiénico”, exageraban), desvirtuando así su identidad e imagen de
marca.
Lejos de amilanarse, Pierre siguió avanzando con esta
estrategia, que lo convirtió en el fundador de un exitosísimo imperio, con
miles de puestos de venta en todo el mundo, y en el tercer hombre más rico de
Francia. Hasta poco antes de morir, dirigía personalmente sus negocios,
controlaba hasta el último centavo y se mostraba en sus locales, incluso en
pandemia y con barbijo.
Su imperio incluía lujosas propiedades dentro y fuera de
Francia, restaurantes y galerías de arte. Una de sus joyas más preciadas era el
célebre restaurante Maxim’s, que compró en los
80 y que llegaría a tener casi veinte sucursales en ciudades de todo el mundo,
incluidas Moscú y Beijing. Casi hasta el final de su vida, cenaba varias noches
de la semana en el Maxim’s de París, se sentaba a su mesa,
pedía invariablemente pastas y agua mineral, controlaba las cuentas, firmaba
los cheques y hasta decidía algunos platos de la carta: “Al primero que le
tiene que gustar es a mí, que soy el dueño”, repetía.
Entre sus tantas excentricidades, tenía también en Lacoste, al
sur de Francia, un fabuloso castillo que había pertenecido al marqués de Sade,
donde se presentaban espectáculos y colecciones de arte. Además de su
extraordinaria casa de verano Le Palais Bulles, un
palacio construido en forma de burbujas adyacentes, ubicado sobre una colina en
Theoule-sur-Mer, en la Riviera francesa, y famoso no solo por su increíble
diseño sino también porque allí se celebraron las reuniones más glamorosas con
las estrellas de los festivales cinematográficos de Cannes.
Mención aparte merece su exploración de mercados hasta entonces
vedados para los diseñadores europeos, que le rindieron pleitesía y aumentaron
las ya abultadas arcas de su imperio. Hizo negocios y abrió tiendas en Japón,
China, Rusia, India… Homenajeó con sus diseños la gesta espacial rusa, vistió a
la bailarina Maya Plisétskaya y a las damas del Politburó y la Perestroika. En
India presentó su colección ante Indira Gandhi. Fue furor en Japón y anticipó
la fiebre europea por el diseño nipón. Organizó además desfiles espectaculares,
históricos, como el de la Gran Muralla China, la Plaza Roja de Moscú y el
desierto de Gobi.
Para el final, un amor de película. Pierre Cardin era homosexual
declarado (con toda la valentía que había que tener en aquel tiempo para
“confesarlo” públicamente), pero un día conoció a la célebre actriz Jeanne
Moreau y se enamoró perdidamente.
Se vieron por primera vez una tarde de 1961. Ella estaba por empezar
a filmar la película Eva, de Joseph Losey, y
llegó hasta la Maison Cardin por recomendación de Coco
Chanel, buscando vestuario de femme fatale. Se enamoraron al instante:
“Recuerdo un amor a primera vista y una relación apasionada –contaba Pierre–,
luego una ruptura que nos separó algún tiempo y después una amistad
inquebrantable que mantuvimos para siempre”. Y agregaba: “Yo era homosexual, no
había tenido relaciones físicas con mujeres. Jeanne me trastornó. Ella
correspondía a mi naturaleza profunda… Si no hubiéramos tenido relaciones
físicas, esta relación no habría existido. La atracción física la sentí desde
que la conocí”.
La protagonista de Jules y Jim también
contó alguna vez los detalles de aquel encuentro: “Cuando llegué a su maison,
él no estaba pero sus asistentes me mostraron su colección, que me pareció
genial. Y comencé a amar a Pierre de inmediato, sin siquiera conocerlo, a
través de su trabajo. Cuando él llegó, al final de la presentación, me dije:
¡Qué atractivo!”. Jeanne se enamoró y apostó fuerte a la relación pese a los
comentarios de sus amigos, que le advertían que era un amor imposible. Ella,
sin embargo, estaba segura: “No me importaba nada. Lo amaba tal como era…
Pierre Cardin es uno de los regalos que me ha dado la vida. Lo quería y fui a
buscarlo”.
El romance duró cuatro años y fue apasionante. Forman parte de
una larga lista de parejas francesas de leyenda. Eran jóvenes y exitosos,
viajaron juntos por todo el mundo perseguidos por enjambres de paparazzi y
hasta trabajaron en algunos proyectos en común, como la película Jeanne,
la française, con producción de Pierre, que se rodó en Brasil en
1973. Así lo recordaba Pierre: “Los dos nos amamos realmente. Ambos teníamos el
mismo éxito. Nos respetábamos. Nunca interferimos en el trabajo del otro. Ese
era el secreto: mantenerse independientes”.
El amor se apagó pero lo sucedió una amistad eterna y una férrea
relación profesional: Pierre Cardin fue el artífice del vestuario de Jeanne
Moreau durante más de cuatro décadas. La muerte de la diva, el 31 de julio de
2017, fue un duro golpe para él.
En
una de sus últimas entrevistas, Pierre Cardin confesó que una de las pocas
cosas que lamentaba de su larga y gloriosa vida era no haber tenido un hijo con
Jeanne Moreau: “Me habría sentido muy orgulloso. Nuestro hijo no habría sido
feo. Tampoco habría sido tonto”.